viernes, 28 de junio de 2013

niulain

Recuerdo recurrente: tenía 8 años, quizá 9. o quizá el tiempo no exista. Tengo veintilargos y lo vivo intensamente. Había descubierto las bolitas, las que llevaban los nenes al cole, cosa que extrañamente no pasaba en el mío. Decidí que mi peso semanal iba a ser invertido en bolitas. Allá fui al kiosco/librería de la mano de la Luchía, recuerdo que estabas vos y me atendiste, deberías tener 10 años en ese entonces. Tal vez tenía mucha cara de entusiasmo, te vi sonreir cuando te pedí las bolitas. Creo que ese fue el día que me di cuenta que me gustabas, pero, ¡¿Éramos? los dos tan raros!
Llevé las bolitas al colegio, y desde ese día en adelante empezamos a jugar todos los recreos, primero en el piso, con dedos torpes. Quiñar, opi, manita negra y todo el vocabulario ludístico empezó a ser moneda corriente en nuestros momentos de libertad. Después, nos apoderamos del cantero y armamos la canchita oficial. Amaba, y sigo amando las bolitas. Regalé casi todos los juguetes, menos esos tesoros redondos. ¿Quién sabe porqué? Tal vez por esto.
El recuerdo del momento en el que compré las bolitas es algo muy recurrente. Vamos, uno de esos recuerdos que aparecen de tanto en tanto y tienen una impresión tan fuerte en mi como el olor a tierra mojada.

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