martes, 25 de agosto de 2009

El esclavo de los objetos inanimados

Suena mi celular. Me está indicando que le queda poca batería, pero tanto el como yo sabemos, que está gozando de hacerme saber el grado de posesión que ejerce sobre mi. Alguien me ha dicho en el pasado que la indiferencia es el mejor remedio, pero lejos estoy de poder darme ese lujo para con un objeto inanimado: no lo sentiría. Vuelve a sonar… su sonido suena como una risa, quizá sería mejor que lo programara para que una risa sonara, y así aliviaría un poco el tedio. Yo lo poseo, el me posee, como todas las cosas, y delicada es la línea que delimita hasta que grado los objetos son nuestros, y nosotros sus esclavos. ¡Que poco digno! Esclavo de la maldad de los objetos inanimados. Abro un libro de budismo tibetano, siempre fue sabio. Hasta lo que hallaba erróneo con el tiempo pude asimilarlo, entenderlo y algunas cosas, sentirlas. Comprendo y siento porque la materia es sufrimiento. El apego genera miedo, mientras más miedo, más apego, mientras más apego, más ansias, y las ansias desesperan. La desesperación y el miedo no son buenos consejeros a la hora de decidir, ni mucho menos, fieles compañeros en el camino rumbo a la conquista de la felicidad. Sonó de vuelta, estaba absorto en otra tarea. Decido gozar de la esclavitud material de momento, estoy esperando una llamada para cerrar un trato, y el dinero mal no me viene. Debería meditar… pero… no hay tiempo. Hay tiempo para todo, menos para meditar. Hasta dispongo de tiempo para aburrirme, pero para meditar, no. Por lo menos, no hoy. Ya no suena más, le di el gusto. Me ha vencido. Decido dar un recorrido por el libro tibetano de la vida y de la muerte, ya que las sabias palabras de Sogyal Rimpoché siempre alivian y dan aliento. Me dice que “podemos idealizar la libertad, pero en lo que a nuestros hábitos se refiere, estamos completamente esclavizados”, seguido de un lindo poema titulado “Autobiografía en cinco actos”:

Bajo por la calle.
Hay un hoyo profundo en la acera.
Me caigo dentro,
Estoy perdido… me siento impotente.
No es culpa mía.
Tardo una eternidad en salir de él.

Bajo por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la acera:
Finjo no verlo.
Vuelvo a caer dentro.
No puedo creer que esté en el mismo lugar.
Pero no es culpa mía.
Todavía me lleva mucho tiempo salir de él.

Bajo por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la acera.
Veo que está allí.
Caigo en él de todos modos… es un hábito.
Tengo los ojos abiertos.
Sé dónde estoy.
Es culpa mía.
Salgo inmediatamente de él.

Bajo por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la acera.
Paso por el lado.

Bajo por otra calle.



domingo, 9 de agosto de 2009

Adaptation

Mi película favorita, mi escena preferida:
- Charlie: Yo te admiro, Donald. He pasado toda mi vida paralizado... preocupado por lo que la gente piensa de mí... y a ti te importa poco.
- Donald: A mí no me importa poco.
- C: Es que no entiendes. Te lo dije como un cumplido. Una vez, en el bachillerato, te estaba observando en la biblioteca. Estabas hablando con Sarah Marsh.
- D: Estaba muy enamorado de ella.
- C: Ya lo sé. Estabas coqueteando con ella y se estaba portando muy linda.
- D: Me acuerdo.
- C: Luego, cuando te fuiste, ella se burló de ti con Kim Canetti. Y yo sentí como que se estaban riendo de mí. Tú ni te enteraste. Te veías feliz.
- D: Sí me enteré. Las oí.
- C: ¿Y por qué estabas tan contento?
- D: Yo amaba a Sarah, Charles.  Era mío, ese amor. Yo era dueño de él. Ni siquiera Sarah tenía el derecho de quitármelo. Yo puedo amar a quien yo quiera.
- C: Pero tú le pareciste patético.
- D: Ése era asunto de ella, no mío. Tú eres lo que amas, no lo que te ama a ti. Yo decidí eso hace mucho tiempo. ¿Qué te pasa?
- C: Gracias.
- D: ¿Por qué?

sábado, 8 de agosto de 2009

Felicidad y sufrimiento

¿Qué seria de la felicidad sin el sufrimiento? ¿Y del sufrimiento sin felicidad? La primera pregunta podría responderse con una sencilla palabra: monotonía. En torno a la segunda pregunta, he de utilizar dos: eterna agonía. Pero ¿Por qué ambas dos culminan dándome respuestas negativas? ¿Es eso necesario? También podrían formularse dos posibles respuestas, con cierto grado de positividad: la felicidad sin sufrimiento puede ser considerada como la plenitud misma, y el sufrimiento sin felicidad, como un aprendizaje del alma; aunque en algún momento, en base a lo aprendido, debe de culminar. Y cuando esa fase ha llegado a su fin, el estado en el cual nos encontremos ¿Sería descriptible de modo alguno? Considero que la respuesta sólo puede residir en el mundo de la experiencia sensible, allí donde reinan los sentimientos, y la razón no tiene ni jamás tendrá, los elementos para poder describirlo. Hay una palabra que podría describirla de un modo medianamente acertado: paz. No obstante es tan amplio el significado de esa expresión, que sigue quedando librado al terreno de lo empírico, por el sólo hecho de que cada uno la asocia al grado máximo de paz que haya sentido, o a un promedio entre las oscilaciones inferiores y superiores que hemos sentido de ese estado. En definitiva, pululan en el mundo de los sentimientos para complementarse; bienvenidos sean entonces, felicidad y sufrimiento, a mi humilde hogar. Sepan excusarme si no he de recibirlos con los brazos abiertos, quizá ese día sólo esté preparado para su opuesto.

lunes, 3 de agosto de 2009

Juan

Todo lo que he reído a lo largo de mi vida, lo he derramado en lágrimas, pero, exactamente, ¿a que se debieron esas lágrimas? Quizá solo a meras tristezas del alma, quizá a la gran soledad que agobia nuestro ser, alimentada día a día por el vacío que sentimos de relacionarnos más y mejor con las máquinas. Juan tiene 331 contactos en el MSN, habla con pocos… la soledad le agobia, sus risas siempre encuentran las puertas abiertas en cualquier morada, sus llantos, se derraman por las paredes de su habitación, y solo ellas y el arte suelen encontrar un consuelo. Ha tratado de impregnar con sus lágrimas otras habitaciones, las ha expuesto en contadas excepciones, y, en esas contadas excepciones, fueron minúsculas las veces en las que alguien alzó la voz con ternura, y supo hallar las palabras adecuadas que envolvieron su ser por completo. Minúsculos han sido los abrazos que ha recibido en esos momentos, pero cada uno de ellos está atesorado con gran amor. Es perfectamente comprensible: solemos ocupar el tiempo en banalidades, no estamos acostumbrados a exponernos cara a cara con nuestras tristezas más profundas, ante lo cual, vemos el peligro de saber que en el fondo tenemos deudas pendientes con nuestra alma, y nunca nos han enseñado otra cosa que alejarnos. Lucho con ello, no día a día, no quiero agobiarme. Necesitamos nuestros descansos, aún en la lucha más extrema que estemos librando. Claro está por otro lado, que Juan no llora solo tristezas, llora aún con más frecuencia emociones, las cuales han conmovido su ser crispando hasta el más ínfimo de los nervios que recorren su cuerpo. Todavía recuerdo aquel bosque de eucaliptos de la Isla del Sol en el cual el espectáculo de la vida deslumbraba con sus colores, y cualquier ubicación espacial era un asiento de primera fila. También recuerda “mi planta de naranja-lima”, y con más cariño todavía, las lágrimas que Zezé supo arrancarle con mayor ternura leyendo en portugués en “o meu upé de laranja-lima”, dado que la sensibilidad de Zezé alcanza un grado inexplicable cuando nos perdemos en su aventura hacia el crecimiento en su idioma original. Ha cumplido con un gran objetivo. Siente algo similar a lo que debe haber sentido Freud cuando pudo leer Don Quijote de la Mancha en español, aunque de todos modos es incomparable el aprender español desde el alemán, en relación al portugués desde el español. También en la mochila, ha sabido cargar con vacíos ante los cuales ni una lágrima pudo llegar siquiera a asomarse. Y déjeme decir, que no hay tristeza superior a la que uno siente cuando no puede dejar caer una lágrima. Haciendo una analogía un tanto extremista, es igual a cuando uno libra una pelea con otro individuo: si uno puede defenderse, hay algo manifestándose, si uno sólo permanece tumbado ante los golpes, no resta más que desesperación. Alegrías las ha tenido por montones, y siempre recurre a ese almacén, del cual hay algo para rescatar, algo para ser contado, o algo para ser inventado. Un rasgo característico: la espontaneidad. Se le da con basta frecuencia recurrir a ingeniosas ocurrencias, por el simple hecho de analizar las cosas hasta el hartazgo. Recuerdo una situación que se dio hacia los últimos años del colegio: todos estaban muy contentos porque salían tres horas más temprano, pero el buen besugo, olvidó su cuaderno de comunicados. No importó mucho, fácilmente encontró la manera de librarse de ello. Luego de varias tiradas por el tobogán del jardín, e innumerables vueltas, notó que las llaves del jardín estaban tendidas sobre una mesa. Al ver que no había moros en la costa, decidió huir del tedio. Pero había un problema, la puerta del jardín iba a estar abierta si Juan se iba, puesto que no iba a poder cerrarla con llave. No obstante, al no haber niños, decidió dejar con cariño la siguiente nota: Ana, me estaba aburriendo mucho y decidí irme a casa. Dejé la puerta abierta, así que, te pido amablemente que la cierres. Saludos. Juan Historia, uno de los innumerables apodos que supo tener Juan en su vida. Al otro día, al llegar al colegio, comentó la situación entre sus compañeros, y dijeron que una maestra que se llevaba mal con Ana, iba a acusarla de ser el cómplice de la escapatoria del profesor de historia llamado Juan. Es verdad: hubo un profesor de historia llamado Juan, y fue aquel que rápidamente se hizo historia, dado que el asunto no trascendió, salvo dentro del ámbito de la comedia para unos pocos. En fin, he aquí Juan, el que quiere cargar con la culpa del mundo, pero sus piedras hacen las veces de montañas, y el que puede hacer reír a alguien hasta el hartazgo. El tímido, y el extrovertido. Mayor gusto, espero se anime a leer mis aventuras y desventuras con mayor frecuencia.