Todo lo que he reído a lo largo de mi vida, lo he derramado en lágrimas, pero, exactamente, ¿a que se debieron esas lágrimas? Quizá solo a meras tristezas del alma, quizá a la gran soledad que agobia nuestro ser, alimentada día a día por el vacío que sentimos de relacionarnos más y mejor con las máquinas. Juan tiene 331 contactos en el MSN, habla con pocos… la soledad le agobia, sus risas siempre encuentran las puertas abiertas en cualquier morada, sus llantos, se derraman por las paredes de su habitación, y solo ellas y el arte suelen encontrar un consuelo. Ha tratado de impregnar con sus lágrimas otras habitaciones, las ha expuesto en contadas excepciones, y, en esas contadas excepciones, fueron minúsculas las veces en las que alguien alzó la voz con ternura, y supo hallar las palabras adecuadas que envolvieron su ser por completo. Minúsculos han sido los abrazos que ha recibido en esos momentos, pero cada uno de ellos está atesorado con gran amor. Es perfectamente comprensible: solemos ocupar el tiempo en banalidades, no estamos acostumbrados a exponernos cara a cara con nuestras tristezas más profundas, ante lo cual, vemos el peligro de saber que en el fondo tenemos deudas pendientes con nuestra alma, y nunca nos han enseñado otra cosa que alejarnos. Lucho con ello, no día a día, no quiero agobiarme. Necesitamos nuestros descansos, aún en la lucha más extrema que estemos librando. Claro está por otro lado, que Juan no llora solo tristezas, llora aún con más frecuencia emociones, las cuales han conmovido su ser crispando hasta el más ínfimo de los nervios que recorren su cuerpo. Todavía recuerdo aquel bosque de eucaliptos de la Isla del Sol en el cual el espectáculo de la vida deslumbraba con sus colores, y cualquier ubicación espacial era un asiento de primera fila. También recuerda “mi planta de naranja-lima”, y con más cariño todavía, las lágrimas que Zezé supo arrancarle con mayor ternura leyendo en portugués en “o meu upé de laranja-lima”, dado que la sensibilidad de Zezé alcanza un grado inexplicable cuando nos perdemos en su aventura hacia el crecimiento en su idioma original. Ha cumplido con un gran objetivo. Siente algo similar a lo que debe haber sentido Freud cuando pudo leer Don Quijote de la Mancha en español, aunque de todos modos es incomparable el aprender español desde el alemán, en relación al portugués desde el español. También en la mochila, ha sabido cargar con vacíos ante los cuales ni una lágrima pudo llegar siquiera a asomarse. Y déjeme decir, que no hay tristeza superior a la que uno siente cuando no puede dejar caer una lágrima. Haciendo una analogía un tanto extremista, es igual a cuando uno libra una pelea con otro individuo: si uno puede defenderse, hay algo manifestándose, si uno sólo permanece tumbado ante los golpes, no resta más que desesperación. Alegrías las ha tenido por montones, y siempre recurre a ese almacén, del cual hay algo para rescatar, algo para ser contado, o algo para ser inventado. Un rasgo característico: la espontaneidad. Se le da con basta frecuencia recurrir a ingeniosas ocurrencias, por el simple hecho de analizar las cosas hasta el hartazgo. Recuerdo una situación que se dio hacia los últimos años del colegio: todos estaban muy contentos porque salían tres horas más temprano, pero el buen besugo, olvidó su cuaderno de comunicados. No importó mucho, fácilmente encontró la manera de librarse de ello. Luego de varias tiradas por el tobogán del jardín, e innumerables vueltas, notó que las llaves del jardín estaban tendidas sobre una mesa. Al ver que no había moros en la costa, decidió huir del tedio. Pero había un problema, la puerta del jardín iba a estar abierta si Juan se iba, puesto que no iba a poder cerrarla con llave. No obstante, al no haber niños, decidió dejar con cariño la siguiente nota: Ana, me estaba aburriendo mucho y decidí irme a casa. Dejé la puerta abierta, así que, te pido amablemente que la cierres. Saludos. Juan Historia, uno de los innumerables apodos que supo tener Juan en su vida. Al otro día, al llegar al colegio, comentó la situación entre sus compañeros, y dijeron que una maestra que se llevaba mal con Ana, iba a acusarla de ser el cómplice de la escapatoria del profesor de historia llamado Juan. Es verdad: hubo un profesor de historia llamado Juan, y fue aquel que rápidamente se hizo historia, dado que el asunto no trascendió, salvo dentro del ámbito de la comedia para unos pocos. En fin, he aquí Juan, el que quiere cargar con la culpa del mundo, pero sus piedras hacen las veces de montañas, y el que puede hacer reír a alguien hasta el hartazgo. El tímido, y el extrovertido. Mayor gusto, espero se anime a leer mis aventuras y desventuras con mayor frecuencia.